«Cuando el poder se concentra en un líder o un pequeño grupo, las decisiones a menudo favorecen sus intereses, ignorando el bienestar general. Un ejemplo claro es el absolutismo.»
¿Qué tal si te dijera que las decisiones de un solo hombre pueden dar forma a una era entera? Si uno viajara a la Florencia del siglo XV, la ciudad sería un fiel reflejo de su príncipe, Lorenzo de Médici. Este mecenas financió a artistas como Botticelli o Miguel Ángel para que produzcan obras con un estilo más realista que el rígido gótico del medievo, y así sus preferencias artísticas se convirtieron en el canon de la época. Pero esto no es algo exclusivo de Lorenzo: al fin y al cabo, toda persona con poder puede imponer sus ideas por sobre las de los demás, sin importar su calidad.
Este fenómeno puede entenderse a través del concepto -prestado de la biología- de «deriva genética.» Este proceso ocurre cuando, en poblaciones pequeñas, unos pocos genes se vuelven dominantes por azar: la casualidad – y no la calidad- define pues el curso evolutivo. Análogamente, cuando un pequeño grupo tiene el poder, sus preferencias, caprichos o incluso errores pueden moldear el futuro, incluso cuando no sean las mejores ideas disponibles.
La deriva genética tiene efectos profundos y duraderos en la evolución de una especie. Si un grupo pequeño queda aislado debido a un desastre natural, puede desarrollar características que no son ventajosas, pero que persisten debido a la falta de competencia. Cuando esas poblaciones se reúnen, la más grande, que ha estado sujeta a más competencia y selección natural, tiende a prevalecer. Esto sucedió, por ejemplo, cuando América del Norte y América del Sur se unieron hace millones de años: las especies del norte, provenientes de un entorno más extenso y competitivo, se impusieron sobre las del sur.
Este principio también se refleja en la economía. En los 80s, Betamax y VHS compitieron por dominar el mercado de video. A pesar de que Betamax era considerado un producto superior, fue VHS el que logró captar la atención del mercado, demostrando que incluso las mejores ideas pueden ser desplazadas por un jugador dominante.
La política no es diferente. Cuando el poder se concentra en un líder o un pequeño grupo, las decisiones a menudo favorecen sus intereses, ignorando el bienestar general. Un ejemplo claro es el absolutismo, donde los monarcas europeos tomaron decisiones unilaterales que resultaron en políticas sub óptimas debido a la falta de mecanismos de control.
Incluso en el ámbito social, un puñado de medios de comunicación y/o algoritmos puede sesgar la información, moldear la opinión pública y acallar voces valiosas.
En todos estos casos, la concentración de poder amplifica las decisiones de unos pocos mientras ignora los talentos de muchos, reduciendo la competencia de ideas y resultando en decisiones sub óptimas. Así como ciertos genes perduran sin ser los más adaptados, las decisiones de un grupo dominante pueden obstaculizar la innovación, extendiendo el problema a lo largo del tiempo.
Dado que las ideas pueden surgir de cualquier lado y la élite es menos numerosa que el pueblo, la primera produce menos innovaciones que la segunda, y a lo largo del tiempo esta diferencia crece exponencialmente. La concentración del poder de decisión reduce el «pool» de ideas disponibles y sofoca la competencia entre ellas, convirtiéndose en un obstáculo para la innovación y el avance tecnológico.
Dr. Miguel Sanchez Villalba, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción. Columna opinión de El Sur, Viernes 27 de septiembre de 2024 |
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