Autenticidad o nada: La política en la era de los outsiders | FACEA UDEC

«Que estén permanentemente en el ojo público, sin embargo, no vuelve a los outsiders más competentes ni garantiza buenas decisiones o eficiente gestión; pero sí crea una expectativa: coherencia.»

¿Por qué Javier Milei es igual de reconocible cuando grita desaforado que cuando habla de sus perros con devoción? No es que cada gesto resulte simpático, lo que importa es la continuidad entre el personaje público y el privado.

Y es esa autenticidad -más que el contenido del mensaje- la que explica por qué los «outsiders» despiertan lealtades profundas y odios igualmente intensos. Y no es que el estilo del presidente argentino o su ideología sean especiales, porque un retrato similar podría trazarse del alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani -joven, progresista y poco conocido antes de su campaña- y la tesis se mantendría intacta.

¿Qué explica este fenómeno? La transformación más significativa ha sido la de la comunicación. Antes, las campañas políticas consistían en apariciones breves, discursos preparados y entrevistas cuidadosamente editadas. El discurso era el mismo para todos los públicos, uniforme y sin matices. Hoy, en cambio, los candidatos parecen ubicuos: desde debates y podcasts hasta declaraciones improvisadas que se recortan y se vuelven virales.

No se trata de permitir dobles discursos, sino de mostrar a la misma persona desde ángulos distintos. Porque en ese contexto, impostar un personaje exige una disciplina casi sobrehumana; sostener una forma de ser, por el contrario, es mucho más sencillo. Si antes la tecnología obligaba a recortar aristas, ahora expone pliegues. Y aunque no «creó» la autenticidad, sí la volvió visible y difícil de falsificar.

El que estén permanentemente en el ojo público, sin embargo, no vuelve a los outsiders más competentes ni garantiza buenas decisiones o eficiente gestión; pero sí crea una expectativa potente: coherencia. Y es que después de escucharlos durante horas, uno aprende a distinguir cuándo están actuando y cuándo no. Por eso cuando cambian de parecer sin aviso el enojo es tan visceral, y el castigo, inmediato y feroz. No se percibe como un error técnico, sino como algo personal: me fallaste, te vendiste. Poco importa que el giro sea razonable o incluso correcto; sin un proceso visible que lo explique, el quiebre se vive como traición, como la ruptura de un pacto implícito con alguien a quien se creía conocer.

Algunos dirán que este «efecto outsider» es simplemente resultado de factores como la ideología, la juventud o la rebeldía. Pero estas hipótesis no explican el asunto en su plenitud. Hay outsiders de derecha y de izquierda, jóvenes y veteranos, incendiarios y sobrios. Tampoco basta con invocar el rechazo a la «política tradicional». Lo distintivo es otra cosa: una exposición mediática prolongada que revela a la persona detrás del discurso y vuelve sospechoso cualquier cambio brusco e inexplicado. Por eso el fenómeno se repite, con matices distintos, en figuras tan dispares como Zelenski, Trump o Boric, en contextos políticos y culturales muy diferentes.

Así pues, la tecnología no garantiza mejores gobernantes, pero sí modifica la vara con la que se los juzga. La credibilidad ya no se construye con gestos calculados ni con ambigüedades cuidadosamente dosificadas, sino con continuidad entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se es. En política, hoy, fallar puede ser perdonable. Fingir -o parecer que se finge- no.

Dr. Miguel Sanchez Villalba, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.

Columna opinión de El Sur, Viernes 19 de diciembre de 2025