Se necesita ser realistas y aprender a discutir.
Con la polémica inscripción de candidaturas del pasado lunes, entramos en tierra derecha para comenzar la redacción de nuestra nueva Constitución. Más allá de la vacancia de candidatos en algunos cupos de escaños reservados, la enorme cantidad de listas que representarán a la oposición y a los enredos de última hora del oficialismo, nos corresponderá elegir a las 155 personas que representarán nuestras preferencias el próximo 11 de abril.
Todos queremos que el documento final nos represente. De hecho, la regla de los dos tercios busca eso y que el resultado del proceso tenga estabilidad en el tiempo. Aunque muchos han expresado su descontento con esta regla, es tan habitual como necesaria en este tipo de procesos. Amarrar leyes constitucionales sin un consenso suficientemente amplio podría llevarla a perder rápidamente su legitimidad y terminarían siendo cambiadas nuevamente.
Y surge una paradoja. Cuando algo es de todos, entonces no es de nadie. Pasa con los bienes públicos, en general, y en este caso se repite. Lo que preocupa es que, tal como los juegos y plantas de la plaza, si no los cuidamos con celo, habrá quienes se lleven parte de lo que es de todos para su casa y nadie lo cuidará lo suficiente. En el caso de la Constitución, todos queremos “llevar agua para nuestros molinos” y tenemos una lista de cosas que quisiéramos poner en ella, sin embargo, toda esa lista choca con los anhelos del resto.
Entonces, además de entender lo que está en juego, necesitamos ser realistas y aprender a discutir. Siendo realistas, es imposible que la Constitución resulte “de izquierda” o “de derecha”. Aunque la izquierda soñara con tener los dos tercios de representantes en la Convención, eso habría sido injusto porque más del 35% de la población de este país es de derecha. Además, la izquierda hizo todo lo posible por eliminar esa posibilidad al presentar hasta siete listas distintas. Esta dispersión de votos los dejará subrepresentados porque, aunque algunos culpan al sistema electoral d’Hont, la dispersión de votos entre demasiados candidatos disminuye la votación final de cada candidato por una cuestión meramente aritmética.
Entonces, habrá que sentarse a discutir. Pero a discutir en serio. Esa discusión que está en el corazón de la Democracia. Esa en la que todos tienen espacio para ser escuchados y en la que las urnas son la solución de extremo cuando no se pudo alcanzar un consenso. Sin embargo, si quienes decidan la Constitución usan triquiñuelas o argumentos falaces, no vamos a llegar muy lejos. Si en la discusión insisten en justificar lo injustificable porque tal o cual son del “lado correcto”, el proceso se hará un diálogo de sordos. Si validan cualquier argumento sin sentido solo porque refuerza lo que pensaban y no porque es realmente razonable, la discusión no va a avanzar.
Por eso es tan importante que elijamos bien. El sistema electoral nos obliga a pensar estratégicamente y el desconocimiento de los candidatos nos obliga a hacer un esfuerzo todavía mayor, pero es indispensable que elijamos sabiendo que esta Constitución de Todos no representará exactamente lo que cada uno quiere. Entonces, necesitamos que quienes estén allí para decidir cada palabra y cada línea sepan discutir por el bien de Chile y no solo por intereses particulares.
Claudio Parés Bengoechea
Facultad Ciencias Económicas y Administrativas Universidad de Concepción
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