¿Red de seguridad o trampolín? | FACEA UDEC

«la asignación de fondos no es un acto neutro: afecta a los receptores de manera directa -más recursos y oportunidades- e indirecta -por comparación entre quienes reciben más y menos.»

Mientras en la NBA el peor equipo del año es el primero en elegir jugadores en el «draft» del año siguiente, en las ligas de fútbol europeas son los clubes que lideran la tabla a final de temporada los que reciben la mayor tajada de los derechos de televisión. Aunque parecen ser polarmente opuestas, ambos mecanismos buscan lo mismo: aumentar la visibilidad y el valor de sus competencias. Una promete redención, la otra consolida ventajas.

Ahora bien, este dilema no es exclusivo de los directores de ligas deportivas sino un escenario familiar para todo aquel que deba repartir fondos entre beneficiarios con características heterogéneas. Así, por ejemplo, el rector de universidad debe decidir si dedicar su limitado presupuesto a financiar laboratorios de avanzada para alumnos aventajados o clases extra para apuntalar a los más rezagados. Y esa es justamente la cuestión: ¿a quién asignar más recursos cuando los receptores no son iguales?

Cada alternativa genera un mundo distinto: apostar por los sobresalientes puede elevar el prestigio de la universidad si sus egresados se convierten en líderes mundiales; destinar recursos a los rezagados reduce la exclusión y asegura estándares mínimos en la formación de profesionales.

Incluso a veces ocurre el milagro: el alumno de bajos ingresos que recibe una beca -pensada para fomentar la igualdad- se convierte en un nuevo Einstein, o la empresa que gana una subvención para I+D en un concurso competitivo -concebido para promover la excelencia- desarrolla nuevas tecnologías que benefician especialmente a los hogares más vulnerables.

Estos episodios felices ocurren, sí. Pero por lo general son excepciones a la habitual tensión entre objetivos, donde lo que se gana por un lado se pierde por el otro: fomentar la excelencia suele entorpecer la movilidad social; ampliar la cobertura con frecuencia dificulta el florecimiento de talentos extraordinarios. En estos casos es precisamente donde nacen las discusiones más intensas, porque el costo es real y medible en ambas direcciones.

Hay que tener especial cuidado, además, con los posibles efectos indeseados de estas políticas: premiar a los fuertes para mejorar la marca externa puede interpretarse como un «dumping» que los infla deslealmente, mientras que reforzar a los débiles puede reducir los incentivos a esforzarse y progresar.

¿Es entonces posible un equilibrio armónico? Tal vez. La experiencia de la liga de fútbol brasileña parece amalgamar una competencia interna intensa (igualdad) con dominio a nivel continental (excelencia), y ameritaría investigar en profundidad las causas detrás de este ejemplo de éxito, para poder luego aplicar lo aprendido a situaciones análogas relevantes.

La advertencia final es que la asignación de fondos no es un acto neutro: afecta a los receptores de manera directa -más recursos y oportunidades- e indirecta -por comparación entre quienes reciben más y menos.

Es legítimo debatir los objetivos (excelencia e igualdad) y su relevancia relativa, pero no lo es pretender que las reglas son inocuas: la asignación que se lleve a cabo afectará los futuros de personas de carne y hueso, y eso no es una cuestión baladí.

Dr. Miguel Sanchez Villalba, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.

Columna opinión de El Sur, Viernes 03 de octubre de 2025