Cuando la solidaridad cae | FACEA UDEC

«Lamentablemente, ya olvidamos que la solidaridad es necesaria en el sistema: aquellos que, pudiendo hacerlo, no pagan lo que deben, le quitan la oportunidad a otros y ralentizan el desarrollo del país.»

En 1998, en Haifa, Israel, un grupo de guarderías impuso una multa a los padres que retiraran a sus hijos después de la hora de cierre. Era normal: obligar a las encargadas a trabajar horas extra imponía un costo y correspondía que quienes lo generaban pagaran por él. El resultado se ha transformado en materia obligada de estudio de la economía del comportamiento: la cantidad de padres que llegaban tarde a buscar a sus hijos aumentó, junto con el tiempo de retraso.

Antes de la multa, recoger a los niños a tiempo era un deber «cívico». Luego, solo se transformó en un servicio adicional prestado por la guardería. La consideración por los demás fue sustituida por dinero. Los incentivos no funcionaron y lo peor fue que, al reconocer el fracaso de la medida y eliminar la multa los retrasos siguieron siendo tan altos como durante el experimento.

Cada vez que resurge el tema del Crédito con Aval del Estado para la educación superior recuerdo el ejemplo de Haifa. El CAE vino a sustituir al Crédito Solidario y las razones que se esgrimieron eran dos: primero, los fondos eran insuficientes para cubrir la demanda por educación y, segundo, había un porcentaje considerable de personas que eludía el pago. Entonces, se trajeron recursos frescos desde el sistema financiero y se entregó a los bancos el rol de cobro, asumiendo que eso sería más eficiente.

El resultado fue que, efectivamente más gente tuvo acceso a la educación superior, pero el abandonar la solidaridad implícita del sistema anterior hizo que la cantidad de gente que elude el pago haya aumentado. No devolver el préstamo ya no es un problema para las universidades ni la sociedad, sino que es un problema para los bancos, entonces, quienes no pagan duermen un poco más tranquilos con su conciencia.

A ese fenómeno se le sumó otro que algunos mencionaron, pero nadie pensó sería tan relevante: aumentar de manera tan agresiva la cantidad de profesionales en un mercado que no creció implicó que los salarios efectivos de los nuevos profesionales serían considerablemente más bajos de lo esperado. Una de las razones fue que, justo cuando los profesionales financiados con el CAE empezaron a buscar trabajo, la inversión en Chile cayó, creando una especie de tormenta perfecta.

Entonces, la sensación de estafa se generaliza: los bancos se sienten estafados por que no les pagan (aunque no pierden nada porque los cubre el Estado), los egresados se sienten estafados porque se endeudaron a tasas altísimas por un título que no vale lo que esperaban, y la sociedad se siente estafada porque el Estado ha tenido que pagar por una educación que no rinde frutos y que ha terminado desviando recursos que podrían usarse para otros proyectos de mayor impacto.

Hace algunos días, el Presidente Boric generó expectativas de que, en su cuenta de mañana, hará (tal como sus predecesores) un nuevo anuncio de reforma al sistema de financiamiento de la educación superior que se haga cargo de la sensación de estafa. Lamentablemente, ya olvidamos que la solidaridad es necesaria en el sistema: aquellos que, pudiendo hacerlo, no pagan lo que deben, le quitan la oportunidad a otros y ralentizan el desarrollo del país. Entonces, más allá de condonaciones, tasas de interés, impuestos o lo que sea, mientras no reconstruyamos el compromiso y la responsabilidad que tenemos con los demás, seguiremos teniendo sistemas defectuosos.

Dr. Claudio Parés Bengoechea, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.

Columna opinión de El Sur, viernes 31 de mayo 2024