Ciruelas | FACEA UDEC

«Es curioso cómo aquello que es de todos, es, al mismo tiempo, de nadie. Y nuestro espacio público se está transformando en tierra de nadie. Y no tiene sentido buscar culpables.»

Recuerdo que en mi época escolar me llamaba la atención la cantidad de ciruelas en algunos árboles del centro. Creo que nunca llegué a sacar alguna pues, o estaban demasiado verdes o nunca estaban al alcance. Y nunca llegaban a madurar. Las ciruelas simplemente «desaparecían». Ahora entiendo que gran parte de ellas (si es que no todas) iba a parar a bolsitas vendidas informalmente con sal, pero en la época me parecía una especie de misterio.
Me acordé de esto porque ya van varias temporadas en que sí veo ciruelas en las calles. Y no solo maduras, sino caídas, pisadas y ensuciando las aceras. Algo cambió en las últimas décadas y las ciruelas son un reflejo de ese cambio.

Lo primero que salta a la vista es que ya nadie recuerda quién ni porqué se plantaron ciruelos en la vía pública. Cualquiera que sepa un poco de árboles sabe que un ciruelo fértil es un problema a la hora de mantener la limpieza del área, por lo que, al pensar en su origen, solo hay dos alternativas: o quien tomó la decisión pensaba que alguien se haría cargo de la fruta y terminamos olvidándolo, o quien tomó la decisión no lo pensó y ya nadie se atreve a cortar los árboles y cambiarlos por otros que no generen este problema.

Segundo, hay un problema de iniciativa. Los árboles frutales ofrecían oportunidades de negocio que la gente aprovechaba y ya no. El Estado plantó (literalmente) las semillas de árboles cuyos frutos podrían servir a todos, pero hoy termina siendo un costo. Si los privados no se hacen cargo del problema y el Estado abandona su proyecto, solo terminamos viviendo en un entorno más descuidado y feo.

Si esto fuera una carta de queja por el estado del aseo del centro penquista, podría agregar el florecimiento del comercio ilegal, que no solo ofrece artículos de una procedencia cada vez más dudosa, sino que está degradando el espacio público de manera cada vez más preocupante. Sin embargo, esta nota solo intenta usar estos ejemplos como un llamado de atención a nuestra forma de ver y de preocuparnos por aquello que tenemos en común.

Es curioso cómo aquello que es de todos, es, al mismo tiempo, de nadie. Y nuestro espacio público se está transformando en tierra de nadie. Y no tiene sentido buscar culpables. Porque si «nadie hace nada» es porque yo tampoco estoy haciendo nada. Lo vecinos de antaño barrían las veredas, mucha más gente tenía un concepto de belleza que le impedía disfrutar de rayados sin sentido en los muros, las empresas sí eran parte de la comunidad y se preocupaban de «lo común». Algo nos queda de todo aquello, pero es cada vez menos.

Si «no hay inversión», es porque los inversionistas no están haciendo su parte. Y pueden quejarse de que no están dadas las condiciones, pero a veces da la impresión que están dejando madurar las ciruelas para luego señalar lo sucio que está el suelo. Como ciudadanos podemos quejarnos del paupérrimo estado de la discusión política, pero no pensamos más que en nosotros mismos. Olvidamos el origen de los problemas y nos acomodamos en la explicación que vimos en redes sociales: solo vemos la fruta podrida en el piso y nos olvidamos que ese árbol está ahí y se mantiene ahí por una razón.

Necesitamos levantar la cabeza y hacernos cargo de lo que nos toca. De lo contrario, seguiremos pisando ciruelas podridas.

Dr. Claudio Parés Bengoechea, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.

Columna opinión de El Sur, viernes 10 de enero 2025