«Solemos anteponer nuestras preferencias y además, nuestras percepciones. Aun cuando nuestras intenciones son buenas, nuestra percepción sesgada lleva a tomar decisiones equivocadas.»
Cada día nos vemos enfrentados a disyuntivas. Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir debemos decidir si nos ducharemos por la mañana o por la noche, si es mejor desayunar algo liviano o algo más contundente, si iremos al trabajo caminando, en micro o en auto, etc.
Cada una de esas decisiones termina definida por un «vale la pena», es decir, que aquello que hacemos tiene más valor de aquello que sacrificamos al hacer eso y no otra cosa.
A veces, las decisiones individuales son complicadas, como cuando debemos decidir respecto del matrimonio, nuestra carrera profesional o alguna enfermedad. Sin embargo, cuando se trata de tomar decisiones comunes el panorama se puede tornar aún más complejo. Cuando la delincuencia eleva el nivel de inseguridad por encima de lo que estamos dispuestos a tolerar, dotar de más atribuciones y poder a la policía implica escalar por la espiral de la violencia y poner en riesgo la vida de más personas, pero no hacer nada implica que el nivel de delincuencia siga desbordado y se ponga en riesgo la vida de más personas. No hay una salida fácil.
Cuando buscamos seguridad social, a todos nos gustaría tener más acceso a la salud sin que eso implique sacrificar parte importante de nuestros recursos en seguros o cuentas hospitalarias. A todos nos gustaría disfrutar efectivamente de nuestra jubilación gracias a jugosas pensiones, pero eso implica cuadrar las cuentas de lo que ponemos y sacamos de ese sistema. Es necesario que aportemos más a través de nuestro trabajo, una parte más alta de nuestros salarios y algo más de tiempo, aumentando la edad de jubilación, sin dejar de lado a quienes han sido menos favorecidos.
En este punto ni siquiera necesito explicar los costos que acarrea para todos nosotros, pero es imprescindible abordar el problema con altura de miras.
Y es que solemos enfocarnos en lo que nos afecta directamente. Cuando hablamos de organizar la sociedad o nuestras ciudades en cuestiones como las mencionadas o en otras más cotidianas como el sistema de transporte nos preocupa que no nos afecte. Que no me vayan a cobrar más a mí, que no vayan a poner un edificio muy alto junto a mi casa o que no me vayan a subir el precio del combustible. Sin embargo, no deberíamos ser nosotros el foco de la decisión, sino la sociedad en su conjunto. ¡Por supuesto que estamos incluidos en ese conjunto! Pero es raro que alguno de nosotros sea efectivamente el centro de alguna decisión colectiva.
Lamentablemente, esta tentación de ponernos al centro de las decisiones colectivas se une con nuestra percepción de la realidad. Solemos anteponer no solo nuestras preferencias a las del colectivo, sino que, además, nuestras percepciones. Entonces, aun cuando nuestras intenciones son buenas, nuestra percepción sesgada de los hechos nos lleva a tomar decisiones equivocadas.
Por eso es importante escuchar a los demás. No solo como un ejercicio de compasión y empatía, sino como una forma de tomar buenas decisiones para todos: para nuestra familia, para nuestro barrio, para nuestra ciudad y para nuestro país. No es fácil, pero el camino parte por escuchar al otro.
Dr. Claudio Parés Bengoechea, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción. Columna opinión de El Sur, viernes 7 de abril 2023 |
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