El triunfo del centro-centro | FACEA UDEC

«Necesitamos leyes que representen a la ciudadanía y representantes que entiendan que para eso están ahí. No nos sirven los extravagantes ni quienes ofrecen una cosa y luego votan por otra».

Casi al mismo tiempo en que Chile reinauguró su democracia surgió un partido llamativo, por decir lo menos. Era la «Unión de Centro-Centro» que, aunque nunca tuvo una real preponderancia en la arena política, sigue apareciendo, al menos como concepto, cada vez que analizamos resultados electorales.

Y hemos visto pasar ideas como «los problemas reales y concretos de la gente», «el centro social», «somos independientes» y un sinnúmero de eslóganes que tratan de apuntar a que la ideología no es importante, sino estar «en el centro».

Por supuesto que esta idea es válida solo si nuestras preferencias están ordenadas de manera tal que, una vez que el centro se incline hacia un lado, todos quienes están a ese lado se inclinen con él, y si se inclina hacia el otro, todos los de ese otro lado se inclinen con él. Así, la regla del 50% + 1 determinará al ganador de la elección, favoreciendo, siempre, al centro.

Claro que no todas las elecciones se dirimen por el 50% + 1. En las elecciones de representantes, por ejemplo, Se eligen más de dos candidatos y, al no haber segunda vuelta, es posible que algunos candidatos resulten electos con relativamente pocos votos. Aunque eso no significa que este tipo de resultados sea malo, termina siendo perjudicial si no se maneja bien.

Y es que, si los candidatos no entienden su rol ni su peso político, un candidato electo con pocos votos, aún estando en todo su derecho, puede terminar tergiversando las políticas públicas. Y es ahí donde aparece el rol de los partidos. Los partidos políticos no solo deben ser capaces de aglutinar fuerzas electorales, sino de formar tanto a sus militantes como a sus representantes en el funcionamiento del sistema político.

Eso fue, en gran medida, lo que hizo fracasar al proceso constituyente. La ausencia de los partidos políticos. Y con esto no quiero decir que debamos involucrarlos forzosamente, pero sí debemos reconocer que la calidad de la Democracia está íntimamente ligada a la calidad de los partidos políticos que la sostienen. Si eliminamos a los partidos, desarmamos la Democracia. Si no tenemos escuelas de formación política, si no tenemos sistemas de selección de candidatos, si no tenemos mecanismos de control de autoridades, las decisiones colectivas irán empeorando progresivamente.

El resultado de quitar a los partidos políticos del proceso constituyente instaló a representantes que no entendieron lo que el país necesitaba. Al verse electos, olvidaron que el resultado debía satisfacer al «centro-centro», cosa que, aunque podamos discutir si es «óptima» o no, es lo que entendemos por Democracia. Por eso es necesaria la discusión. No sacamos nada con dictar leyes que consigan los 2/3 o los 4/7 si no fueron discutidas a conciencia. Tampoco sirven las leyes aprobadas por capricho del representante de turno. Necesitamos leyes que representen a la ciudadanía y representantes que entiendan que para eso están ahí. No nos sirven los extravagantes, no nos sirven quienes ofrecen una cosa y luego votan por otra sin sufrir alguna reprimenda. Y la única forma de evitarlos es consolidando buenos partidos políticos, no eliminándolos.

Dr. Claudio Parés Bengoechea, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.

Columna opinión de El Sur, Viernes 23 de Septiembre 2022