No se trata de si en un país hay o no corrupción, lo importante y que hace la diferencia, es cómo reacciona cada institución, persona o sociedad: ¿Es permisiva? ¿Establece y cumple reglas?
El martes 31 de enero finalizó el primer mes del año y cuando en Concepción muchos nos preparamos para tomar un merecido descanso, a varios kilómetros de aquí, Transparencia Internacional, ONG que promueve medidas contra crímenes corporativos y corrupción política en el ámbito internacional, presentó su «Índice de Percepción de Corrupción 2022» (IPC).
Fundada en 1993, con sede en Berlín, Alemania, esta ONG define la corrupción como el abuso del poder para beneficios privados que finalmente perjudica a todos y que depende de la integridad de las personas en una posición de autoridad. Suena terrible, ¿verdad? Nadie en su sano juicio quedaría indiferente si lo llaman corrupto, tampoco si ocupara un lugar destacado en este ranking. Tranquilos, este informe solo categoriza países, no personas.
El IPC clasifica a 180 países y territorios según el nivel de percepción de la corrupción en el sector público de cada uno, medidos a través de la opinión de especialistas, analistas de riesgo financiero, mujeres y hombres de la academia y los negocios.
La clasificación contempla una escala de 0 (más corrupto) a 100 (menos corrupto). Encabezan el listado 2022 Dinamarca con 90 puntos, seguido de Finlandia y Nueva Zelanda, con 87 cada uno; los mismos tres países que encabezan otros rankings como «políticas mejor evaluadas», «los países más felices del mundo» y otros.
A nivel continental, Canadá fue el país mejor posicionado, seguido de Uruguay, EE.UU. y Chile, que por segundo año consecutivo quedó en la posición 27 a nivel global, con 67 puntos sobre 100, empatado con Emiratos Árabes Unidos, y sobre países europeos como Portugal, España o Italia.
En el informe, Transparencia Internacional destacó que los países con «instituciones fuertes» y «democracias en buen funcionamiento» suelen encontrarse a la cabeza del IPC, a lo que las naciones «atravesadas por conflictos» o donde «las libertades básicas y las libertades políticas están altamente restringidas» ocupan los últimos puestos.
Es decir, tal como explica Delia Ferreira Rubio, presidenta de la organización, no se trata de si en un país hay o no corrupción, lo importante y lo que hace la diferencia, es más bien el cómo reacciona frente a esto cada país,. y por tanto cada institución, cada persona, cada sociedad: ¿Es permisiva? ¿Establece reglas? ¿Se cumplen? ¿Hay sanciones? En definitiva, aspectos culturales son los que hacen la diferencia. Aspectos culturales que lógicamente los ciudadanos tienen arraigados en sus comportamientos individuales …. es decir, la corrupción no es algo que «aparece o desaparece espontáneamente» mientras nosotros miramos expectantes desde lejos; la corrupción crece (o no) en un país porque sus ciudadanos así lo permiten o bien porque se acostumbran a que «siempre se haga así».
Si bien como parte de la lucha contra la corrupción en Chile, existe una serie de sistemas que se han ido implementando en las instituciones públicas para proteger el cumplimiento por parte de sus funcionarios del principio de probidad administrativa, nada de esto sirve si nuestra convicción individual no es otra cosa que ser más transparentes, más correctos y más probos en el día a día, en nuestro trabajo, con los colegas, familiares, amigos y sociedad en general.
Michelle Tobar Ramírez, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción. Columna opinión de El Sur, viernes 03 de febrero 2023 |
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