Busquemos entonces la forma de coexistir con estos avances, fortalezcamos los aspectos que como individuos nos diferencian de internet, de la automatización y de los chatbots.
Hace años la tecnología nos sorprende permanentemente, pero a la vez provoca cierto miedo a lo que viene. Para cualquier institución no saber usar la tecnología o no ser capaz de absorberla implica un riesgo importante ya que sus herramientas de negocios podrían caer en la obsolescencia o peor aún, su oferta de valor desconectarse del mercado y los productos o servicios que antes se demandaron hoy tengan una alternativa más moderna y definitivamente más atractiva para quienes los consumían. Las personas por su parte enfrentan, en el mejor de los casos con cautela y en casos más extremos con pavor, la posibilidad de que sus capacidades y habilidades ya no sean suficientes para desempeñarse laboralmente y por tanto un computador, un robot o un algoritmo los reemplacen poco a poco.
Esta sensación se repite con cada avance tecnológico importante. Surgió internet y creímos que esta invasión de información y la posibilidad de tenerla a mano cuando quisiéramos, terminaría no sólo con las, hasta entonces necesarias bibliotecas o materiales recortables que ayudaban a niños y jóvenes en sus tareas escolares, sino también temimos que la red consumiera por completo sus habilidades lectoescritoras, creatividad y capacidad de análisis y reflexión. Claro, «ya no era necesario fomentar todo esto, si algo necesitábamos saber, bastaba con un clic». Hay que asumir con un dejo de tristeza que algo de eso sucedió efectivamente. Años más tarde surgió un nuevo concepto, la automatización, y una vez más la desconfianza. Tareas y procesos requerirían cada vez menor intervención humana: tentador para las empresas ya que, si bien habría que realizar una inversión importante para mejorar la tecnología, esto aumentaría su eficiencia mejorando así su oferta y la velocidad de respuesta al cliente.
La otra cara de la moneda: el riesgo de trabajadores cuyas funciones podrían ser reemplazadas por máquinas en parte o absolutamente. Una vez más, algo de esto pasó, pero no al nivel que algunos temían, en que prácticamente desaparecería el capital humano de las organizaciones.
Pero estas consecuencias no debemos atribuirlas a la tecnología en sí misma, sino al uso que de ella hacemos: ¿la transformamos en un aliado para potenciar y desarrollar nuestras fortalezas o más bien la asumimos como una amenaza, la evitamos y sólo visualizamos sus riesgos?
Hoy nos enfrentamos a un nuevo desafío: Chat GPT un sistema de chat con inteligencia artificial desarrollado por OpenAI y lanzado públicamente en noviembre pasado. Según la revista Time el «avance tecnológico más importante desde las redes sociales». A diferencia de la mayoría de los chatbots, que solo entregan respuestas automáticas, reiterativas y muchas veces colman la paciencia debido a la falta de una conversación coherente, ChatGPT tiene estado, recuerda indicaciones dadas anteriormente en la misma conversación e incluso puede usarse en WhatsApp como un contacto más. Impresionante. Y eso que aún no se conoce su efecto en el mundo académico.
Busquemos entonces la forma de coexistir con estos avances, fortalezcamos los aspectos que como individuos nos diferencian de internet, de la automatización y de los chatbots, y en los que al menos hasta ahora y según sabemos por un buen tiempo, no nos reemplazan. Cultivemos las emociones, las habilidades interpersonales, la empatía, la capacidad de conversar y expresarnos. No nos transformemos en bots (robots).
Michelle Tobar Ramírez, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción. Columna opinión de El Sur, viernes 17 de marzo 2023 |
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