«Insistir en una reforma tributaria que reducirá la inversión y que es dudosa recaudación y no apostar al crecimiento económico pone de manifiesto su carácter ineficiente y con alta carga ideológica.»
Tras el rechazo de los diputados a la idea de legislar del proyecto de reforma tributaria el año pasado, el Ejecutivo ha tenido una trayectoria impredecible a su respecto. El rechazo fue con los votos de la oposición y las abstenciones de parlamentarios oficialistas.
Se anunció presentación «en las próximas semanas» de un proyecto equivalente al original por el Presidente, en su Cuenta Pública del 2023, sin que ello haya efectivamente ocurrido, salvo la parte que declaraba combatir la elusión tributaria, que se traduce principalmente en darle más facultades de fiscalización al Servicio de Impuestos Internos.
Hasta aquí el itinerario de la reforma tributaria ya es suficientemente errático, pero si se le agregan sus objetivos y alcances, el tema se torna poco serio. Cabe recordar que el propósito inicial (programa de gobierno) era recaudar el 8% del PIB (!) el que fue siendo reducido hasta el 2,7% del PIB contenido en el proyecto actual.
Ha desaparecido del debate público el publicitado impuesto a los ricos cuya utilidad era un «gesto a la galería», puesto que la experiencia comparada da cuenta que no recauda casi nada y, en países como Francia, Alemania, Suecia, entre otros, donde llegó a ser instaurado sin rendir ni una fracción de lo proyectado, ya fue derogado para, entre otras razones, recuperar la inversión.
Poco serio lo conocido hasta ahora. Se ha repetido que se necesitan recursos adicionales para financiar la reforma previsional, la seguridad pública y servicios sociales como educación y salud. Una rápida y superficial apreciación permite establecer que la mejora de pensiones tendrá su propio financiamiento (aumento de la tasa de cotización por ejemplo), la salud y educación han continuado incrementando año a año su gasto sin nuevos impuestos y penosamente sin mejoras verificables. A la seguridad, en declaraciones de las propias autoridades, se le han entregado importantes recursos sin que a sus resultados corresponda ahora referirse, pero no se ha sabido de iniciativas de seguridad postergadas por falta de financiamiento.
Por otra parte, es necesario mencionar que el IVA, ejemplo paradigmático de impuesto regresivo (ya que grava el consumo sin considerar la capacidad de pago del comprador), representa entre el 42 y el 50% de los ingresos tributarios totales (siendo el más alto de los países Ocde) y el 9,4% del PIB (mayor que Suecia 9,1% y Portugal 8,9%).
Otro dato que se debería considerar para darle seriedad a un proyecto de recaudación fiscal: en 2020 un estudio del Mindeso y Pnud descompuso los 60 puntos que se redujo la pobreza en nuestro país entre 1990 y 2017 estableciendo que ello fue producto, en un 91,9% del crecimiento económico y solo un 8,1% de políticas redistributivas.
Insistir en una reforma tributaria que reducirá la inversión y que es dudosa recaudación y no apostar al crecimiento económico (1% de crecimiento aporta US$ 800 millones de recaudación anual) pone de manifiesto su carácter ineficiente y con alta carga ideológica. Los sistemas tributarios, la carga tributaria de las personas requieren en la sociedad de una coherencia que les hagan aceptables. Si el objetivo fuera mejorar la situación de los que están peor, se propondría una reforma que maximizara el crecimiento, porque implementar medidas para hacer crecer la economía es mucho más efectivo que subir impuestos.
Sergio Escobar Miranda, Facultad Ciencias Económicas y Administrativas, Universidad de Concepción. Columna opinión de El Sur, Viernes 26 de abril 2024 |
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